Born in April † Salem

Nixie había vuelto a casa luego de haber desaparecido por un par de días debido a una crisis. En el trabajo, le habían dado unos días para descansar en casa, así que la joven se quedaba la mayor parte del tiempo en la cama, ya que le costaba moverse de un lado a otro con aquella barriga que tenía. Eva se acurrucaba a su lado, le pedía que le leyera algún cuento, dibujar y colorear, que la peinara e incluso comían ahí. Solo se levantaba a darse un baño o a hacer sus necesidades, pero en general, permanecía en cama.

Salem llegaba en la tarde del trabajo para cuidarlas. Nixie aun no se sentía tranquila, ya que tenía el presentimiento de que en cualquier momento tendría un ataque psicótico como en casa. Y estaba asustada. Aquella mañana del domingo, Salem había salido a realizar unas compras al callejón Diagon. Eva había llegado para subirse a la cama y acurrucarse a su lado. —Hola bonita—le saludó y besó su frente. —Hola mami—sonrió.

La pequeña se inclinó para pegar su oído al vientre de Nixie. Sonreía mientras Nixie le acariciaba el cabello. —Mami… ¿Por que la cama está mojada?—preguntó de repente. Nixie no comprendió hasta que retiró las cobijas para inspeccionar. En efecto, estaba mojada. Y de pronto, se dobló de dolor. Tarde comprendió que la fuente se había roto. Comenzó a sentir contracción rítmicas y repetidas. Cerró los ojos. ¿Cómo? Era su segundo embarazo y parecía primeriza. —¿Mami?—preguntó la voz infantil de su hija. Nixie no respondió.

Su cuerpo estaba comenzando la labor de parto. Respiró profundo. —Tranquila, chiquita—logró decir—Estoy bien—añadió. Fue complicado. Sentía las contracciones y todo pasó muy rápido. Eva comenzó a llorar porque estaba asustada. —Ve por Narella, amor—le pidió tras abrir los ojos. Eva asintió y salió corriendo gritando el nombre de su nana. Nixie tuvo que abrir las piernas para poder pujar y ayudar a su bebé a salir.

Estaba asustada y le dolía un poco. Pegó un gritó, aferrándose a los costados de la cama. Se mordió la lengua, sentía calambres en las piernas hasta que finalmente sintió como se deslizaba con suavidad. Se quedó unos instantes quieta, respirando con cierta dificultad. Debajo, entre su camisón, algo se movía. Nixie se enderezó un poco para ver mejor y encontró a su pequeño bebé, recién nacido. Tenía un poco de sangre, pero a simple vista estaba bien. Y entonces comenzó a llorar.  Nixie lo levantó.

Con Nixie de vuelta en casa, Salem se encontraba algo más tranquilo. Por fin el Ministerio se había dignado a darle convalecencia a su mujer y esta podía estar en casa, descansando y cuidándose por su embarazo. Aquellos días habían sido tranquilos. Narella cuidaba tanto de Nixie como de Eva y él podía estar seguro de que su familia estaba protegida en casa por todos los sortilegios y protecciones que él mismo había instalado. Al menos dos veces por día llamaba a un elfo doméstico para que le dijera lo que estaba ocurriendo y aprovechaba para ir a comer durante el almuerzo a casa.

Ese día no iba a ser la excepción, aunque sin duda alguna las cosas dieron un giro inesperado en el momento en el que llegó. Su pequeñita iba corriendo hacia donde estaba su nana, pasando de largo frente a él, quizá por lo asustada que estaba. La escuchó gritar el nombre de Narella y decir algo sobre su mami, por lo que lejos de ir tras Eva, fue en dirección opuesta, en busca de Nixie. Por un momento temió que algo malo hubiese pasado. El corazón le comenzó a latir con mucha fuerza y con forme se iba acercando a la habitación donde se suponía que estaba su esposa, más tenso se ponía.

Sacó su varita, preparándose por si acaso. No estaba seguro de lo que iba a encontrar. ¿Qué tal que Nixie estuviese teniendo otro ataque en el que Eris había tomado el control? La idea lo tensó. —¡¿Amor?! —la llamó, alertándola de su presencia, mas no recibió respuesta—. ¿Nixie? —insistió, quedándose de pie frente a la puerta entreabierta. Del otro lado se escuchaba un llanto bajito y cuando empujó la puerta, observó la escena y contuvo el aliento. ¿Cómo exactamente había pasado aquello?

El lugar estaba en penumbras. Las cortinas cerradas impedían el paso de la luz y el candelabro que colgaba del techo emitía apenas una luz azulada que daba la impresión de que era de noche en lugar de medio día. Aun así, Salem pudo ver claramente a su esposa en la cama. Las sábanas de seda estaban manchadas de sangre, y ahí en medio estaba Nixie con un pequeño bultito en sus brazos: Su hijito. El cordón umbilical todavía unía a la madre con su hijo.

—¿Amor? —volvió a murmura, pero ahora con un tono más suave que al anterior. Visiblemente impresionado por la escena.

—¡Mami! —chilló Eva, apareciendo detrás de su padre y siendo seguida por Narella, quien en compañía de las elfinas domésticas, llevaban toallas, sábanas, vendas, agua, pociones y todo lo que hacía falta para asistir en un parto que básicamente ya se había completado.

Salem ni siquiera supo qué hacer. Tan solo se acercó a observar, guardando la distancia para que atendieran a su esposa, al mismo tiempo que se planteaba si quizá debería de llevarla al hospital o llamar a Richard para que la fuera a revisar. ¿Cómo había pasado aquello tan repentinamente?