I don't want to go back † Salem

El primer día de la desaparición de Nixie, Salem había llegado a casa tarde y había encontrado a Eva con su carita pegada al cristal de la ventana, esperando a que mami llegara con las galletas que le había prometido para la cena. Las horas pasaron y para cuando el reloj marcó las doce, tanto él como Richard Dolohov estaban en las calles del Callejón Diagon preguntando por ella. Día sí y día también habían movido mar y tierra para averiguar dónde estaba Nixie. Sin embargo, no parecían llegar a ningún lado. Lo más que sabían era que la habían visto en el Valle de Godric y nada más.

—¿A dónde pudo haber ido? —se preguntaba a sí mismo, mirando fijamente la foto de ella y su hija. Esa que tenía sobre su escritorio en el Ministerio y que le recordaba durante las tediosas horas de trabajo la vida valía todo por ellas—. ¡Joder, Nixie! —gruñó frustrado, agarrándose la cabeza con ambas manos. La situación le desesperaba. Nixie estaba embarazada, necesitaba cuidados y alimentarse bien. No era momento para andar perdida como un animalito en el bosque…. O quizá peor. Porque lo más frustrante de todo era no saber dónde, con quién o cómo estaba.

Richard y él ya habían recorrido todos los posibles lugares en los que Nixie podría haber ido en caso de necesitar ayuda, mas no estaba en ninguno de ellos. Lo único que le quedaba por asumir era que estaba desorientada en la calle o con algún desconocido, y no estaba del todo seguro cuál idea le alarmaba más, pues bajo ninguna circunstancia quería que estuviera pasando miseria o siendo abusada. —¡¿Por qué¡!  —masculló con un evidente enojo contenido. Luego se reclinó hacia atrás en la silla y, observando el techo, intentó despejar su mente para pensar con mayor claridad. ¿Dónde más la podía buscar? ¿Dónde podría encontrarla? ¿Dónde podría estar? ¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde…? ¿El mundo muggle? ¿El bosque? ¿Seguiría en Reino Unido? ¿Y si había usado la aparición? Eso podría traerle problemas al bebé…

Negó con la cabeza. Nixie no haría algo así de estúpido. Nixie era buena madre, no como Alexia… —¡Alexia! —bramó iluminado por la epifanía. Aun había un lugar donde nunca se le hubiera ocurrido buscar en circunstancias normales, pues no había razones racionales para volver ahí: La vieja casa de la madre de Nixie. Así que, dejando el trabajo a medias e ignorando a su secretaria, salió hacia la antigua residencia en la que su esposa había pasado la época más oscura de su vida, pero también donde se habían conocido.

Se arañó los brazos para ver si eso hacía que Eris cerrara la boca de una vez, pero su risa retumbaba en el fondo de su mente. ¿Cómo ignorarla cuando sabía que ella tenía la razón? Nixie nunca había sido lo suficientemente fuerte como para expulsarla de su vida. Simplemente no podía. Las lágrimas siguieron saliendo por un largo rato, lloraba en silencio ya que no estaba del todo acostumbrada a demostrar sus sentimientos o a hacerlos notar pese a estar en completa soledad.

—Llora, nadie va a escucharte. La casa está sola—le dijo Eris muy quitada de la pena—A menos que tú también estés viendo la figura de tu madre parada en el umbral de la puerta—replicó ella. Nixie levantó la mirada. En efecto, ahí había una mujer de cabello rubio y con un largo vestido blanco, como con el que Alexia había sido enterrada. Claro que la mujer no estaba ahí, si no que era producto de la imaginación de Nixie. Tembló.

—¡Vete, déjame en paz! ¡Yo te maté!—gritó Nixie, sollozando y agarrándose la cabeza, repitiendo que no era estaba ahí. —No eres real, no eres real, ¡No eres real!—decía para sí. ¿Por qué? ¿Por qué la atormentaba? ¡Ella no había hecho nada malo! Nixie estaba sufriendo demasiado. Y estaba sola aunque con los demonios internos manifestándose en su imaginación, debido a la falta de pociones que debía tomar para controlarlo.

—Solo…. quiero estar tranquila—pidió en voz baja. —Le gusta verte sufrir, a mi también. Es divertido ver como te quiebras con facilidad. ¿Y te haces llamar una excelente mentalista? No puedes ni con tus demonios internos—se burló Eris y quizás tenía razón. Pero Nixie ya no quería escucharla. No quería escuchar a nadie. Quería que aquello terminara de una vez por todas.

El camino a aquella casa lo conocía muy bien, así que no fue problema volver a ella, pese a que no había red flu conectada a sus chimeneas o poder usar el traslador. De todas formas, con la aparición consiguió llegar lo suficientemente cerca y terminó acercándose a la casa a pie. Se notaba el abandono, el descuido de los que habían dejado la hierba crecer alrededor, el polvo acumularse y muchos otros desperfectos que anunciaban que no había personas viviendo ahí. Sin embargo, aquellos detalles ayudaron a que Salem notara que hacía no mucho alguien había entrado a la casa, pues no solo la puerta estaba entreabierta, sino que también había pisadas marcadas en la capa de polvo que cubría todo. El rastro lo guió hacia una habitación, pese a que no habría hecho falta seguirlas. Cuando se había acercado lo suficiente, la voz de Nixie se había manifestado clara y perturbadora para él.

Procedió con cautela, pensando en una primera instancia que Nixie se encontraba acompañada por alguien, mas pronto descartó la idea. El corazón le comenzó a latir con fuerza y desistió de entrar abruptamente en escena. No necesitaba ser un genio para entender lo que estaba pasando con su esposa. Respiró profundamente y retrocedió hasta volver al final del pasillo, cerca de las escaleras: —¡Nixie! —gritó con todas sus fuerzas, luego golpetó con fuerza el piso con el pie, pretendiendo magnificar el ruido de estar subiendo las escaleras—. ¡Nixie! —la volvió a llamar—. Mi amor, estoy en casa —añadió, volviendo a recorrer el pasillo, poniendo énfasis en sus pisadas, alertándola de que se estaba acercando.

Ya en ocasiones anteriores, cuando Nixie esos episodios psicóticos, el aparecer sin anunciar su presencia antes había terminado en confrontaciones no muy agradables. No es que tuviera especial recelo en ser atacado por ella. De hecho, morir a manos de su esposa no era algo que le quitara el sueño, su vida era enteramente suya. No obstante, no quería tener que atacarla de vuelta o forcejear, considerando que la brujita estaba embarazada.

Eris parecía no darle tregua a Nixie. Sus comentarios la herían profundamente y la castaña no podía hacer nada para evitarlo. Aún cuando intentaba silenciar esa voz perturbadora, la escuchaba en el fondo de su mente, haciendo eco. —No puedes ignorarme, Nixie. Vivimos juntas… para siempre—le recordó. Nixie se mordió el interior de la mejilla con fuerza para ver si eso le callaba, pero no lo consiguió.  —Quizás, cuando te rindas, yo estaré ahí para hacer lo que quiera, ser libre de ti—añadió.

—Eris, basta ya—susurró. Más bien, parecía una súplica. Por otro lado, el fantasma de su madre seguía levitando por la habitación, o al menos eso ella veía. Quizás era producto de su imaginación o tal vez Alexia estaba ahí para atormentarla. —Los vivos somos cazados por los muertos—murmuró recordando una frase que tiempo atrás había escrito en su diario, cuando por momentos se sentía culpable y responsable por la muerte de su progenitora. ¿Y qué podía hacer? ¿Cómo lidiar con ello? Ni muerta dejaba en paz a la joven.

Sin embargo, el sonido de la voz de Salem le atrajo a la realidad. Al principio también pensó que era producto de su mente, que le jugaba sucio y que a estas alturas tenía alucinaciones de todo tipo. Pero no era así y Eris se lo confirmó. —Vaya, vaya. ¿Cuánto tiempo le habrá tomado descubrir que estábamos aquí?—se burló Eris. Nixie apenas pudo decir algo. —Dile que se vaya. Que si no lo hace, te harás daño—le ordenó la otra a pesar de ello, no obedeció.

La voz de Salem la llamó una vez más. Nixie quiso gritarle que estaba ahí, pero no pudo, Eris tomó el control. —¡Vete! ¡Lárgate de aquí! No te necesito—gritó con autoridad, con voz diferente a la usual. Si Salem no detectaba que se trataba de Nixie, entonces no la conocía del todo. Sus pisadas retumbaban en aquel lugar. Eris alzó la varita. —¡Salem, no entres, te hará daño!—logró decir. Le dolía todo ahora que intentaba moverse para llegar a la puerta y poner el seguro. No pudo realmente, el vientre le dificultaba la movilidad. Aun así, sabía que el seguro en la puerta no detendría a su esposo.

Se percató de que las lágrimas seguían saliendo de sus ojos. No sabía qué hacer. La casa no le traía buenos recuerdos, de hecho había pasado ahí la peor estaba de su vida. Pero, si era así, ¿Por qué había ido ahí? Porque pensó que sería el único lugar donde no la encontrarían, donde ella podría estar sola con toda su miseria y con todos sus problemas.