Nighttime Cravings † Salem

Nixie se incorporó de la cama con un pequeño sobresalto. No había dormido bien en todo la noche a causa de las molestias en su vientre. Últimamente, su pequeño bebé está más inquieto de lo normal y eso que apenas tenía seis meses de embarazo. Se sobó el abultado vientre que para su complexión delgada, casi huesuda, parecía que se había comido una sandía entera. Se sentía incomoda, sin poder llegar a acomodarse. Salem dormía profundamente a su lado. La verdad, no quería molestarlo porque había llegado muy cansado y de mal humor del trabajo. Además, seguía un poco resentido porque Nixie se había ido a una misión de forma irresponsable.

Le hombre le daba la espalda, así que la joven aprovechó para levantarse de la cama. La frialdad del suelo hizo que u pequeño calambre recorriera su pierna, por lo que tuvo que permanecer sentada para no caer. Miró sobre su hombro, su esposo seguía perdido en sus sueños. Finalmente se levantó y caminó al baño a refrescarse el rostro. Sin embargo, se percató de que tenía hambre. Hizo una mueca y caminó hacia la puerta. Bien podría llamar a un elfo para que le trajera la comida pero sabía que el ruido despertaría a Salem.

Así pues, abrió la puerta con sumo cuidado y salió de ahí, en dirección a las escaleras. Descendió las mismas con mucho cuidado y suma calma para no caerse. Cuando llegó al último escalón, suspiró de alivio. Se encaminó a la cocina, donde algunos elfos aun trabajaban. —¿Pueden darme un vaso de leche y una rebana de pastel? De ese de queso con fresas—pidió. Los elfos se sorprendieron de verla ahí pero se movilizaron para darle lo que pedía. Una de las elfas le ofreció una silla y ella aceptó, tomó asiento porque la verdad estaba cansada.

«¡Corre! ¡Corre! No mires atrás» la voz de su padre era un eco a la distancia, sincronizado con recuerdos que no le pertenecían, pero que había llegado a ver en alguna ocasión, cuando su curiosidad le ganó y entendió porque había que ser “cuidadoso” con los muggles. «Una masacre»… La cruz que había llevado su padre toda la vida se la había pasado a él sin saber y a su desgracia se habían añadido sus experiencias propias, los atentados, las muertes, la crueldad de hombres, mujeres, magos, brujas y criaturas. De ahí su frialdad. De ahí que siempre estuviera a la defensiva. De ahí que abogara siempre por las penas máximas para aquellos que provocaban el terror en la sociedad.

No por nada era considerado uno de los jueces más crueles del tribunal. Un ladrón, un revendedor o un falsificador le daban igual. Incluso, a veces, los contrabandistas no lo molestaban tanto. Sin embargo, cuando se trataba de secuestradores, asesinos, violadores o personas de ese estilo, no tenía compasión, menos aun cuando pensaba en Eva y se le revolvía el estomago al imaginar que ella estaba expuesta a lo que pudieran hacer esos desgraciados. Ya en más de una ocasión se había salido con la suya, dictaminando la pena máxima, pero aquel día un maldito se le había escapado. Por eso había llegado a la casa tan fastidiado. Encima, aun seguía algo resentido con la imprudencia de Nixie.

Aquella noche no había cenado, apenas y se había bañado para después tomarse un té que lo ayudó a dormir. Cayó cual piedra, al menos por un par de horas, pues ya entrada la madrugada, se despertó sintiendo que había dormido por años. Giró en la cama y con un sobresalto se percató que Nixie no estaba ahí con él, así que se levantó alarmado, llamando a los elfos enseguida para que le dieran cuentas. Uno de ellos no tardó en informarle que la ama se encontraba comiendo pastel en la cocina.

Salem suspiró aliviado y dado que el sueño se le había espantado y el estomago le rugía un poco, decidió bajar a hacerle compañía. —¿Ya comenzaron los antojos? —preguntó, recargado en el marco de la puerta de la entrada, esbozando una ligera sonrisa. Su esposa tenía seis meses de embarazo y era una cosita tierna, casi como la primera vez, cuando tenía solo quince años, aunque tampoco es que hubiese demasiado tiempo desde entonces. Nixie seguía teniendo esa carita de niña, el cuerpo menudo y algo que lo enloquecía completamente cada que la veía.

Seguir con el tema de la misión era echarle leña verde a una hoguera. Aunque a esas alturas ya había entendido que cuando Nixie se mentía el problema era porque Eris estaba susurrando cual consejera del diablo en el subconsciente de su esposa. Lo que lo aterraba era no estar seguro de cómo callar a Eris o de cuando las intervenciones de la otra personalidad de Nixie podían poner en riesgo a su amada, sin que él pudiera hacer algo a tiempo. —Lo sé, pero el bebé te necesita más —sentenció e hizo una mueca.

—No se trata de eso —insistió un poco con el tema—. Se trata de que no me debes de hacer enojar, brujita —le recordó, tomando su preciosa carita con ambas manos—. Llevamos varios años juntos, Nixie. Ya deberías de saber que todo lo que hago es por tu bien. ¿O es que acaso no te hago feliz? —dijo con ese tono tan manipulador y tan de él, abogando por la indulgencia a todos sus actos en nombre del amor que le tenía. Aunque para ser justos, sí, sí la amaba con todo su ser y lo que menos quería era hacerle daño. Bajo ninguna circunstancia Salem maltrataría ni emocional ni físicamente a Nixie.

La mantuvo entre sus brazos, mimándola amorosamente como solía hacerlo. Al principio de su relación Nixie era algo renuente al contacto físico. Las primeras veces apenas y lo dejaba ver o tocar su cuerpo mientras hacían el amor. Afortunadamente, y poco a poco, él había sabido ganarse terreno con ella en ese aspecto de su intimidad. Ahora, aunque se sonrojara, Nixie permitía que Salem le besara todo el cuerpo o la observara en posiciones comprometedoras y sumisas, como cuando la ponía empinadita o en cuclillas. —Sí, me gusta mucho tu comida —corroboró con una sonrisa y luego la escuchó, suspirando y estrujándola entre sus brazos—. Cocinas rico, Nixie —volvió a decir, besando su mejilla.

—Recuerdo que se te marcaban mucho las costillas y me daba miedo que te fueras a romper por estar tan delgadita. Pensaba que tenías un problema alimenticio, no que esa perra te mataba de hambre —comentó, recordando esos tiempos y sin ningún remordimiento de insultar a Alexia en el proceso. Esa mujer lo había engañado y si bien no le importaba, pues al fin y al cabo él también le engañó y usó para su propio beneficio, le molestó demasiado enterarse de los abusos que ejercía contra Nixie. Esa linda criaturita no se merecía tanta maldad y dolor—. Por eso metía los dulces en tu bolso siempre que podía, a ver si te tentaba a comer —añadió a los recuerdos, para luego reir tantito—. Sí, bueno, te hice engordar un poquito —dijo con un tono juguetón, refiriéndose a la pancita de embarazada que tenía.

Notó en esos momentos la pada del bebe y se calmó un poco. No la quería lastimar y sabía que ella no iba a disfrutar si estaba incomoda mientras hacían el amor. Le frustraba un poco pensar que ya pronto llegaría el periodo de abstinencia para ambos, las semanas previas y posteriores al parto. —Shhh, no pasa nada —la calmó, acariciando su pancita—. Es mejor que descanses, necesitas mucho reposo para recuperarte de todo lo que te ha pasado en estos últimos meses —comentó, al mismo tiempo que limpiaba el chocolate que acaba de untar en su cuerpo—. ¿Te quieres bañar? —propuso para no dejarla pegajosa por el jugueteo que ya había asumido no iba a llegar a ningún lado. Lo frustraba, sí, pero Nixie era por mucho más valiosa que un orgasmo y si su brujita necesitaba descansar, él podía aguantarse.