Have you ever heard the wolf cry to the blue corn moon? ~ Priv. Cleo +18

Habían tomado ya más de la cuenta y en algún momento habían decidido que era buena idea abandonar el bar.  No era precisamente una noche de luna llena, pero era normal que el brillo de la luna causara que cierto instinto animal despertara en personas como ellos.

No seguro de si era por la borrachera que no le dejaba mantenerse en pie o si era por algo más, Cole estaba abrazado a Cleopatra, pasándole un brazo por sobre sus hombros y apoyándose ligeramente en ella al andar. Habían apenas caminado unas cuadras por las calles en las que cada vez había menos gente con forme la media noche se aproximaba.

—¿Sabes a dónde vamos, lobita? —le preguntó con fianza a la chica que apenas unas horas atrás había conocido. Aunque debía de admitir que la chica le había inspirado confianza más que suficiente como para haber pasado horas hablando de su mal de amores.

Obviamente que él tenía una idea previa de quién era ella, todo lo que se decía de su familia y la terrible noticia que años atrás había salido sobre cómo la había mordido un hombre lobo, infectándolo. Sin embargo, pese a tratarse de una Zabini y con todas las cosas malas que la prensa mágica se dedicaba a decir de ella, Cleo era por mucho más agradable de lo que él mismo había llegado a pensar y no les había costado mucho congeniar el uno con el otro.

Era ese momento en que Cleo se parecía a Richard. Ella que siempre le decía a su mejor amigo que no se pusiera a tomar hasta caer en un coma etílico estaba haciendo justamente eso. Después de un montón de rondas entre wisky, vodka, tequila y sabrá Merlín que más, la chica se iba soltando más y tomando más confianza de la que usualmente tenía. En algún momento se había olvidado de mantener la compostura, de comportarse como una “dama”. Pero al diablo con eso. Ella no estaba hecha para ser la típica esposa florero. Ella era una loba y era libre.

Ya era tarde por lo cual decidieron seguir la fiesta en otro lado. Por suerte no había luna llena pero siempre quedaban esos efectos en los licántropos. Los instintos más bajos salían a relucir y Cleo se sentía especialmente caliente. Caminaron por la calle, tambaleándose ligeramente de un lado a otro, ya no podían coordinar bien sus movimientos. —Vamos a tu casa, porque seguramente en la mía nos corren—soltó esa típica risa ebria sin temor a ser juzgada. Dio un saltito y estuvieron a punto de caer, pero mantuvo el equilibro.

—Ahora que lo pienso, ¿Pagamos?—le preguntó como si realmente estuviera confundida y le importara. Volvió a echarse a reír. Cole era una persona atractiva y divertida pese a que toda la tarde habían estado hablando de sus tropiezos en el amor. Al menos podía decir que esa tarde no se había deprimido por el rechazo de Richard y por no saber que quería. Le restó importancia al asunto. No supo exactamente porque, pero necesitaba a Cole. Quizás su instinto animal la obligaba, pero quería acostarse con él Por eso, no temió tomarlo de la camisa y empujarlo con fuerza de la pared, arrinconándolo—Se dice que los hombres lobo tienen un paquete grande, ¿es su caso, Sr. Cole?—le preguntó sin temor y acariciando su entrepierna. Sí, ella sabía lo que era, lo había olido tras entrar al bar. Luego de eso, le robo un beso de esos desesperos y hambrientos.

Una risa floja se le escapó de los labios ante la broma de la joven, negando energéticamente con la cabeza, pero no en desaprobación, sino porque era una gran verdad. Alguien como él jamás sería bien recibido en la residencia Zabini y a decir verdad, por lo que deducía, ni siquiera la propia Genevieve sería bien recibida en esas condiciones. —Vamos, mi casa es su casa, señorita —recitó con un fingido acento español que no le pertenecía, pero que recordaba alguna vez escuchado en alguna película, que en todo caso era una de esas frases trilladas de conocimiento popular.

Pese a las grandes cantidades de alcohol que había consumido aquella noche, Cole aún mantenía algo de compostura, o al menos la suficiente para guiarles a ambos y mantenerles en pie. —¿Pagamos? —repitió, extrañado por la pregunta y luego comenzó a reír con ella—. Aunque no lo hayamos hecho, cuando volvamos, si volvemos, ese tipo nos va a cobrar sí o sí —dijo divertido, intentando imitar el porte de aquel barman que aquella noche le había aconsejado justamente que intentara salir con chicas que no fuesen bailarinas para varear y vaya que le había hecho caso.

No obstante, mientras intentaba recordar las últimas horas de su vida en forma congruente, fue tomado por sorpresa por los actos de Genevieve. —Cleo —murmuró al sentir el choque contra la pared. La joven lobita era considerablemente fuerte y era obvio el porqué, pues a simple vista ese cuerpo que tenía era frágil y delicado. —¿Cómo sabes…? —quiso preguntar, ligeramente asombrado de que ella lo hubiese descubierto de buenas a primeras, pese a que él no había mencionado nada. Aunque si lo pensaba dos veces, era evidente que un licántropo reconocía a otro por el aroma, sobre todo en las noches, cuando los sentidos no eran aturdidos por la multitud de la gente en la calle.

Quiso decir algo al respecto, pero el agarrón en su entrepierna lo hizo temblar. Un escalofrío lo recorrió, arrancando un gruñido desde lo más profundo de su garganta.  —¿Quiere ver que tan grande es, señorita Zabini? Se puede espantar —respondió con otra pregunta, mirándole fijamente, para enseguida corresponde el beso de la manera en la que ella lo besaba: con la más pura lujuria. No sabía cómo o porqué, pero en esos momentos en los que sintió las manos de Cleopatra sobre su cuerpo y probó sus tersos labios, algo en él se encendió en llamas y todo pensamiento racional se terminó por ir al carajo.

Hacía mucho, realmente mucho, pero mucho tiempo que no se ponía así de caliente. La sangre comenzó a bombear ardiente por todo su cuerpo y especialmente su hombría comenzó a crecer por el endurecimiento. Mientras besaba a Cleopatra, comenzó a acariciarle los glúteos por encima de la ropa, apretándolos con fuerza y separando ligeramente sus piernas para tener acceso a su intimidad. Pegándola más contra él, sin abandonar su boca, deslizó una de sus manos entre sus piernas y la comenzó a presionar, ejerciendo diferentes niveles de presión para estimularla.

Soltó una risita. Si Blaise o Pansy llegaban a verla de aquella forma, seguramente sería una vergüenza para la familia. Aunque sinceramente en aquellos momentos eso poco importaba, siempre que pudiera hacerle pasar un mal rato a sus padres era memorable. Poco amables habían sido con ella y gracias a ellos, la mayor de los Zabini era como era: extrovertida, rebelde e independiente. —Me tomaré la palabra, Sr. Trudeau, cuidado con lo que sale de su boca—respondió de la misma forma, algo más picara y coqueta que de costumbre.

Se tambaleaba ligeramente a cada paso que daba. No tenía ni la más mínima idea de cuantas cantidades de alcohol había ingerido aquella noche. Tampoco recordaba que el barman les hubiera pasado la cuenta o los hubiera detenido para que pagaran. Quizás Gene en su descontrol, había dejado dinero en la barra. Segura no estaba del todo. —En todo caso, dudo que volvamos en un buen rato, ¿no te parece?—preguntó ella, guiñándole un ojo. Ella había jurado nunca llegar a los extremos de Richard al beber, ahora no estaba del todo segura.

De un momento a otro, con sus propias acciones y la visión del atractivo hombre que se había ligado aquella noche, Cleo comenzaba a sentirse más caliente de lo normal. No era una sensación que hubiera experimentado antes, pero sabía que se debía a sus deseos sexuales. Sonrió de solo pensarlo y aún más cuando Cole pareció sorprendido. —Oh querido, no negaras que nuestro olor es diferente al de los humanos. Además, en época de celo…—bromeó ella, proporcionándole un ligero golpeen el hombro, demasiado juguetón. Se acercó para olfatear su cuello y de paso, lamer un poco para probar aquella tentadora piel.

—Delicioso—susurró poco antes del beso que se dieron. Sus labios eran exquisitos por lo que Cleo se ensañó con él, con su cuerpo, sobre todo con su miembro que comenzaba a crecer en los pantalones del hombre. El comentario de él le hizo relamerse los labios al imaginarse el tamaño. —Verlo, sentirlo, probarlo—replicó ella, tocando cada parte de su cuerpo con lujuria, con hambre. No pudo evitar gemir con los estímulos que le daba en aquella parte intima de su ser. —Al menos, deberíamos esperar a su departamento, ¿o quiere que lo hagamos en plena calle?—preguntó ella en un tono burlón, apartándolo ligeramente, aunque claramente no le gustaba porque la sensación de sus manos recorriéndole le había puesto de esa forma.

Los besos continuaron, los tocamientos se intensificaron, pero Cleo quería estar a solas con él y más cómoda, así que tiró de él—Vamos lobito, esta noche seré solo para ti—susurró en su oído mientras se volvían a poner en marcha, esta vez andando más rápido por las calles, ella guiada por él.

—Siempre soy muy prudente al hablar —se defendió enseguida, siguiendo con ese tono juguetón que llevaba empleando desde hacía rato atrás. Estaban coqueteando descarada y torpemente, pero ¿qué más daba? Eran dos solteros pasando un buen rato juntos, después de ahogarse un poco en alcohol a causa del mal de amores. Algunos podrían llegar a decir que lo estaban haciendo era por mero despecho, pero para ser honestos, mucho antes de llegar a ese estado de ebriedad, habían estado charlando mucho y disfrutando mutuamente de su compañía.

Sí, se acaban de conocer, pero ¿era ese impedimento para reconocer que entre ambos había química? No necesariamente tenían que casarse o algo por el estilo, pero se llevaban bien. Podían ser muy buenos amigos. —Dudo que la resaca que tendremos mañana nos deje ir a ninguna parte —bromeó en forma de respuesta y luego rio un poco más, acogiéndola en sus brazos.

Los cuerpos de ambos despedían calor. Quizá era culpa de la luna o el alcohol. Cole no podía estar seguro en aquellos momentos, pero le daba la razón en algo: era época de celo. Se sentía caliente y deseoso como un animal necesitado. —¿Te quieres aparear conmigo? —preguntó a forma de juego, volviendo a besar sus labios como si la vida se le fuera en ello. Ni siquiera fue consciente de sus palabras, hasta que le dio vueltas en su cabeza y entendió que no solo le estaba pidiendo sexo, sino que le estaba ofreciendo su cuerpo con palabras un tanto ‘vulgares’.

El recordar que estaban en la calle lo hizo calmarse un poco, aunque le siguió frotando su intimidad un poco más. El aroma íntimo de la morena se volvía intenso a causa de la humedad y si lo dejaban, realmente terminaría haciéndolo ahí con ella, en ese callejón de forma clandestina. —Es tu culpa… —se excusó, relamiéndose los labios por los toqueteos que se seguían dando—. Esta noche, vas a aullar de placer —contestó con la voz ronca, dejándose guiar para salir de las sombras y luego guiando él para llegar pronto a su apartamento.

Afortunadamente habían avanzado un gran tramo antes de ponerse en esas condiciones, por lo que fue cuestión de un par de bloques más. Llegaron al edificio, Cole sacó sus llaves y por ser prácticos subieron por las escaleras, ya que él vivía en el tercer piso. Abrió la puerta de su hogar para ella, animándola a entrar primero. —Bienvenida a mi madriguera —bromeó, cerrando la puerta tras de sí y encendiendo las luces. A grandes rasgos era un piso amplio, sin muchas cosas y con un desorden moderado para tratarse de un hombre soltero—. ¿Quieres ir a la habitación? —pregunto, retomando el manoseo. La agarró por detrás y frotó descaradamente su endurecida entrepierna contra los glúteos de ella, mientras paseaba sus manos ansiosas por la parte delantera del cuerpo femenino. Estaba ansioso y no quería esperar más. La presión del pantalón sobre su miembro se estaba volviendo casi dolorosa.

Una serie de escalofríos recorrían su espalda que nada tenían que ver con el clima frío que caracterizaba a Londres. Más bien, Cleo estaba demasiado caliente en su interior y comenzaba a humedecerse en consecuencia de las caricias de Cole. —Espero que no seas prudente en la cama—replicó ella, riendo a causa del alcohol ingerido. ¿Tanto había bebido? La verdad es que había perdido la cuenta incluso antes de empezar a hablar con Cole. Aunque afortunadamente su resistencia lobuna le impedía emborracharse demasiado.

Cleo sonrió con ferocidad. —Yo no me voy a querer ir en la mañana si esta noche me tratas bien—murmuró ella. Puede que al día siguiente estuviera cansada y con las piernas como gelatina. ¿Y por qué? A simple Cole se veía muy bien dotado. De hecho, parecía ser que lo tenía un poco más grande que Richard. ¿El tamaño se debía a su condición de licántropo? ¿O era naturalmente grande? Bueno, fuera como fuese, se notaba que tenía una gran herramienta para complacerla a ella.

La joven se rió por su pregunta y le respondió con un apretón en su entrepierna endurecida. Podía sentirla palpitando con ansiedad y el calor que desprendía era un indicador de las ganas que le tenía, aquello la hizo sonreír más. —Mmm… suena tan excitante cuando lo dices así...—le gimió en el oído para luego morder el lóbulo de su oreja—Sí, acepto. Totalmente encantada—afirmó con la voz ligeramente más ronca.

—Promesas, lobito. Hasta no ver y sentir, no creer—murmuró con suavidad, suspirando por los toques en su parte intima. —Vamos...—le siguió por la calle hasta los edificios departamentales. No tardaron mucho en llegar al hogar del lobito en celo y sonrió porque por fin podrían estar juntos y hacerlo sin interrupciones. —¿Crees que los vecinos nos escuchen aullar? ¿O debemos hacer encantamientos silencios para contener nuestros gemidos de placer?—preguntó ella con tono burlón.

—Tienes un bonito hogar—dijo tras admirar la estancia. Esbozó una sonrisa por la pregunta. —Si tu cama es amplia y fuerte...—le dijo riendo, aunque apenas tuvo tiempo de decir algo más. Ayudó con el frote aunque prefería no traer la ropa puesta. Movió su cadera y sus glúteos para mayor fricción, se empinó ligeramente frente a él para un mayor contacto. Cole le tocaba y ella solo atinaba a suspirar y gemir por los roces. —Deberíamos quitarnos la ropa...—dijo antes de girarse en un pequeño espacio para comerle la boca a besos. Luego se le colgó, rodeándole el cuello con los brazos y la cintura con sus piernas, permitiendo un mayor contacto de sus intimidades por encima de la ropa.

Una pequeña carcajada se le escapó por el comentario de Cleo y asintió ligeramente, sin soltarla. Sus manos seguían recorriendo el cuerpo femenino sin tapujos y sus labios besaban toda zona que estuviera a su alcance. —Descuida. La etiqueta de caballero se queda fuera de la cama… ahí sí soy un animal —le susurró con voz ronca, terminando de perder el recato. Al fin y al cabo, no dejaba de ser hombre y no podía perder oportunidad de alardear sobre sus habilidades sexuales. Aunque con las mujeres ‘normales’ su tamaño y salvajismo no fuese muy popular, confiaba que por ser una loba, Cleo iba a aguantar su ritmo.

Le sonrió y volvió a besarla. —Te trataré como mereces, lobita —le aseguró. Luego acarició su rostro y le dio otro beso más. A esas alturas, ya no recordaba ni porque había estado tomando en el bar, y su embriagues no tenía nada que ver con el alcohol. No, ahora estaba embriagado de lujuria y excitación. Hacía mucho tiempo que no tenía sexo y su miembro palpitaba con la sola idea de poder estar con ella en la más deliciosa intimidad. —Hmm… No te vas a arrepentir. Te lo prometo —susurró cuando ella aceptó su propuesta y ya no le dijo nada más, hasta que llegaron a la casa.

—Descuida, ya hay un hechizo que evita que los vecinos escuchen lo que pasa dentro de mi casa —explicó, riendo un poco por la forma en la que acaba de decir las cosas—. Contendrá muy bien tus aullidos de placer —añadió de forma pícara, mientras comenzaba a darle besos y mordidas en el cuello. El cuerpo de Cleo lo tenía enloquecido y ahora podía tocarla sin más tapujos, aunque no es como si antes se hubiera contenido demasiado. Solo se había detenido porque ella se lo había pedido. Así que ahora, que estaban solos en su casa, no tuvo recato en comenzarla a desnudar.

—Me leíste la mente, bonita —murmuró contra sus labios, tomándola en brazos para cargarla y corresponder el beso. La cogió de los gluteos, ayudándola a mantenerse en esa pose que acaba de adoptar y la restregó contra él, creando una placentera fricción entre sus intimidades, a la par que caminaba hacia la habitación. Pese a que era un hombre soltero, tenía una amplia cama matrimonial, misma en la que se se dejó caer con Cleo. La dejó debajo de su cuerpo, sin parar de besarla, mientras se desvestía.

A esas alturas, él ya se había deshecho de su camisa, zapatos, pantalones y calcetines. Solo estaba en boxers. Y a ella la había dejado en ropa interior también. Las prendas habían quedado en la entrada del departamento o quizá por el camino. No importaba. No iban a necesitar la ropa en esos momentos. Quizá mañana por la mañana se preocuparían por eso, o no.

Era evidente que a la licántropa le gustaba sentirse deseada por los hombres pero se sentía más que halagada con Cole. Él sabía tocarla en puntos sensibles, sus besos estaban cargados de lujuria y ponían el libido de la castaña a tope. Quería arrancarle la ropa con ese salvajismo característico de los de su raza pero se contenía. —Cogeme como si fuéramos animales—le pidió.

Los humanos promedio no podían seguirle el ritmo a Cleo. En una ocasiones, accidentalmente había lastimado a Liam en las penetraciones y pese a que no quería pensar en ello, sabía que con Cole no pasaría. Era un licántropo con una pelvis fuerte y preciosa. —Mmmm…. hazme gemir tu nombre—se quejó ella, para luego besar sus labios una vez más, con aquella pasión desbordada que sentía. Le sonrió ampliamente.

—Quiero ser adicta a ti, ¿podremos repetir después?—preguntó. Algo le decía que aquella noche de sexo le iba a encantar. Se mordió el labio inferior por su respuesta. —Eres un lobo muy listo, me encanta—gruñó excitada por sus palabras, oh, era tan sexy. —No sabes todas las cosas que te haré hoy, lobito—le advirtió. Se le antojaba hacerle una mamada también, si el bulto en su entrepierna no mentía, sería espectacular.

Le ayudó a desvestirse, tal y como él lo estaba haciendo. Se detuvo a contemplar su pecho desnudo. Tenía el abdomen marcado por el ejercicio, sí, tenía pelo en el pecho pero aquello solo le pareció más excitante porque daba entender que su parte animal aun sobresalía sobre la humana. —Me encantas, Cole—lo manoseó son reparos.Le acarició el miembro sobre los boxers, apretando para sentir la dureza contra la palma de sus manos. Incluso sintió sus bolas y jugó con ellas.

—Hmmm…. tienes una herramienta amatoria grande y pesada, como me gustan—susurró en su oído y sin más, le bajó el boxer, abriendo los ojos sorprendida por su tamaño. Cleo se relamió los labios. —Cole, quiero todo eso para mi—pidió, volviendo a acariciarlo. Era maravilloso, delicioso, era lo que ella quería de un hombre. Su excitación se volvió dolorosa.

“Cógeme como si fuéramos animales” le había pedido ella y él no iba a darle menos. Como un animal, solo así sabía coger y quizá por ello era que no tenía una vida sexual activa. No todas querían eso. Le entusiasmaba gratamente que Cleo fuera diferente. Lo tenía loco en esos momentos. Su aroma era particular y podía distinguir una suave fragancia que solo poseían los licántropos cuando estaban en celo, con ganas de aparearse.

Las palabras comenzaban a sobrar en esos momentos y ante las peticiones, Cole se limitaba a asentir con un gruñido y acciones. Le correspondió el beso y la estrechó entre sus brazos, pegando su cuerpo a ella con fuerza, como si la quisiera fundir contra sí. —Vas a aullar de puro placer —murmuró contra sus labios, ansioso. También le devolvió la sonrisa y movió ligeramente la cabeza, elevando el mentón, en un gesto algo provocador. Quería animarla a que también hiciera todo eso que le estaba prometiendo. Repetir las rondas del sexo que aun no tenían y adentrarse en lo más profundo de la intimidad con toda la perversión que aquello implicara.

El bulto entre sus piernas se encontraba ya en su máxima expresión. Lo sentía apretado. Tenía el miembro caliente, palpitando de la excitación, incluso babeando, con el glande lubricando fluido, ansioso de recibir las atenciones que tango seguían prometiéndose. —¡Oh, cleo! No me tortures así —se quejó con el manoseo sobre su hombría, porque, aunque la caricia lo aliviaba, al mismo tiempo tenía la frustración de que no era suficiente que solamente fuese por encima de la tela. El masaje en sus testículos lo hizo soltar varios suspiros de placer. —Humm, están cargados de leche para ti —le gruñó y la dejó hacer.

Cuando liberó su erección finalmente, un escalofrío delicioso le recorrió de pies a cabeza. Suspiró. —Es todo tuyo —ofreció sin tapujo alguno. Pudo esperar a que ella lo hiciera por su cuenta, pero la ansiedad lo estaba matando, así que puso sus manos sobre los hombros de Cleo y la empujó hacia abajo, haciendo que se arrodillara frente a él. —Come —pidió, moviendo la pelvis hacia adelante para acariciar su rostro con su herramienta. La puntita del pene golpeó contra los labios de la lobita, animándola a que probara de una vez. Necesitaba esas atenciones o se volvería loco.