Perfect Nightmare ~ Richard Dolohov

El corazón de la mujer se aceleraba conforme la pesadilla avanzaba, por más que deseara que aquello terminara era imposible saberlo. Sus piernas difícilmente obedecían sus órdenes, sus brazos apenas podían aferrarse a algo, su mente apenas podía asimilar lo que estaba pasando. Lo único que había frente a ella era la imagen de Agares siendo arrebatado de su lado. Un frío helado la paralizó en su lugar al ver como arrastraban a su hijo hacia un lugar desconocido y ella ni siquiera podía impedir que se lo llevaran. No podía moverse, solo mirar. La escena cambio de forma violenta y ante ella apareció una cuna. El dolor se apoderó una vez más de ella al haber deseado la muerte de su primer hijo.

El miedo le calaba los huesos y quería despertar. Solo el grito que profirió a continuación logró despertarla, haciendo que se levantara de golpe en aquella oscura habitación. Estaba sudando frío por lo que pudo percatarse. Las gotas de sudor corrían por su frente, haciendo un camino por su rostro y perdiéndose en su cuello. Su pecho subía y bajaba a causa del esfuerzo. Había estado durmiendo sobre el pecho de Richard, deseando no asustarlo de nuevo con sus gritos por las pesadillas. Había estado pasando incluso antes de que le dieran la noticia. Normalmente soñaba con su primer hijo, aquel que había muerto a causa de todo el estrés y la carga emocional que Rebekah había llevado sobre sus hombros por años.

Y luego, al enterarse de que su hijo había desaparecido en el festival de Hogsmeade de aquel año había enloquecido a la mujer. Tanto su esposo como ella habían movido cielo, mar y tierra para encontrarlo pero hasta ahora, no había dado resultados. Unas lágrimas se le escaparon ante la frustración e impotencia que sentía por no hallar con su hijo. Rebekah se giró a ver a Richard. Afortunadamente el grito no le había despertado, por lo que se sintió aliviada. A continuación, se puso en pie para ver a su pequeña Megara en la cuna. Le había pedido a su esposo que la niña durmiera con ellos por seguridad. Gala y Leah dormían en sus habitaciones, protegidas también. No podía darse el lujo de perder más hijos.

En las penumbras de la habitación, sus ojos claros se esforzaban por mirar el techo y quizá encontrar ahí la respuesta a todos sus problemas. A veces, solo a veces, ni siquiera la magia o el dinero eran suficiente como para evitarse los disgustos. Era difícil describir plenamente la frustración e impotencia que sentía por ser incapaz de encontrar una solución a lo ocurrido con Agares. No solamente porque le preocupaba su hijo, sino porque sabía que su esposa estaba sufriendo profundamente. La situación lo estaba dejando ver como un incompetente, incapaz de cuidar de su familia y odiaba aquella situación.

Sintió a Rebekah temblar entre sus brazos y un suspiro se le escapó. La pobre estaba teniendo pesadillas de nuevo y sus abrazos ya no eran suficientes para calmarla. ―Lo siento ―murmuró para sí mismo, sabiendo que ella no lo escucharía. Pese a todo lo que estaba pasando, Richard se esforzaba por mostrarse firme, seguro y en control de todo. Era su obligación como el patriarca de la familia. Su deber era transmitir seguridad a los demás y no iba a conseguir eso si dejaba ver lo mucho que la situación le afectaba. Así que cuando su esposa gritó, él cerró los ojos, como no lo había hecho en toda la noche y fingió que estaba durmiendo profundamente como si nada.

Comenzó a contar mentalmente para mantenerse tranquilo, enfocándose en su respiración y al pendiente de cada movimiento de su amada. Apenas detectara algo más, aparte del grito y la respiración agitada, se “despertaría” para hablar con ella y reconfortarla un poco más. Aunque honestamente no tenía muchas palabras de aliento. Afortunadamente, no tuvo que esperar demasiado: ―¿Estás bien? ―preguntó finalmente al sentir que Rebekah se alejaba de su lado. Luego bostezó para fingir que acaba de despertarse por culpa del movimiento. No hacía falta preocupar a su esposa con sus problemas de insomnio.

Se levantó con la pereza que no sentía y se acercó a la cuna de su pequeña Megara. La bebita dormía plácidamente, con genuina tranquilidad, enajenada del mundo. ―Es un angelito ―comentó con una sonrisa, al tiempo que abrazaba a su esposa por la espalda, rodeándola con sus brazos para transmitirle su calor.

La mujer contempló a Megara un par de segundos antes de levantarla de su camita y acunarla entre sus brazos. Quería sentirla contra ella, sabiendo que estaba protegida. A sus espaldas, Richard parecía haberse despertado con el movimiento pero Rebekah no hizo ademán de haberse percatado. Odiaba de todo corazón tener que causarle molestias a su esposo, sobre todo porque sabía lo mucho que el sufría cuando no podía complacerla a ella en algo o cuando las cosas no salían como querían. Se mordió el labio inferior, acomodando mejor a la niña entre sus brazos. Ante el comentario de Richard—No lo sé. Creo que no y no te quiero mentir Richard. Estoy sufriendo demasiado—dijo con sinceridad.

A continuación, la pelirroja lo miró de reojo—Se parece a ti. Tiene tu cabello rubio y el color de tus ojos. Azules—murmuró Rebekah, acariciando la cabecita rubia de su hija, era tan hermosa. Al sentir el abrazo de su esposo, ella se recargó en su pecho, buscando en él la protección y el calor que siempre le había brindado. Se quedaron unos segundos así, en aquella posición sin moverse y sin hablar, sintiendo el cuerpo del otro como una suave caricia.

—Por todos los dioses—se quejó a continuación—¿Cómo te sientes tú, cielo?—le preguntó—Soy una mala esposa. Solo pensé en mí y no me detuve a pensar en cómo te sentías tú—comenzó ella, al tiempo que se giraba para quedar de frente a él. Claro que Richard era por mucho, más alto que Rebekah, unos 20 centímetros calculaba ella.

Alzó la mira para verlo directamente a los ojos. Megara quedó entre los dos. Y entonces apoyó la frente contra el pecho de él. Unas cuántas lágrimas traicioneras se le escaparon por lo que tuvo que hacer un esfuerzo para retener y no echarse a llorar ahí. Quería contarle todo. Extrañaba mucho a Agares, le dolía pensar en que quizás no lo volvería a ver. Deseaba con todo su corazón que su hijo estuviera bien y a salvo. A veces pensaba que todo aquello era una pesadilla de la que desesperadamente quería despertar. Permaneció en aquella posición un rato más. No solo habían “perdido” a Agares, también a su primer hijo, del cual su esposo no tenía ni la menor idea. —¿Qué vamos a hacer?—le preguntó, incapaz de mirarlo a los ojos por toda la culpa que sentía en aquellos momentos. Se sentía tan responsable de ambas situaciones.

Pocas cosas lo hubieran desarmado en cualquier situación, sin importar lo delicada que esta fuera, pero las palabras simples y sinceras de Rebekah consiguieron dejarlo helado en cuestión de segundos. En el fondo lo sabía. No se tenía que ser demasiado listo o perspicaz para saber que la respuesta sería negativa, mas no era lo mismo suponerlo que escucharlo de sus propios labios: Su esposa estaba sufriendo y él era incapaz de hacer nada para calmar ese sufrimiento de madre. De alguna forma, estaba casi seguro que el dolor que experimentaba él era diferente al que experimentaba ella con respecto a la situación de Agares y no por falta amor hacia su hijo, sino porque el amor materno siempre tenía un lazo más profundo y fuerte. ―Lo siento ―se limitó a decir nuevamente, lo suficientemente alto para que ella lo escuchara, mientras la envolvía a ella y a la bebita entre sus brazos. Megara seguía dormidita, aunque se acurrucaba en busca del calor.

―Un poco ―contestó con una pequeña sonrisa al comentario de Bex―. Tiene tu naricita y tu mentón ―replicó, mirando a la pequeña en cuestión. Se quedó viendo por unos segundos a su pequeña hija, tan frágil e indefensa. ¿Qué haría si también le pasaba algo a ella? No podía si quiera imaginar el dolor… El vacío en su estómago se estaba haciendo cada vez más grande. No podía evitarlo. Se sentía demasiado tenso. Su cuerpo entero estaba en modo de supervivencia, listo para atacar ante la más mínima señal de peligro hacia su familia. Aun así, permaneció firme, intentando transmitir seguridad y protección a Rebekah y a Megara.

Se quedó en silencio, hasta que la pequeña queja de su esposa lo hizo sobresaltarse un poco. ―¿Eh? ―se sintió confundido unos segundos pues primero se alarmó, pero luego la pregunta le tomó por sorpresa―. No lo eres ―la tranquilizó enseguida, suavizando la expresión en su rostro, sin llegar del todo a sonreír―. Estoy bien. Tranquila. Y te prometo que encontraré la forma de que todo esté bien, amor ―respondió, esquivando responder directamente la pregunta. No podía decirle que estaba preocupado o frustrado. Eso no ayudaría de nada―. Haré todo lo que sea necesario para que todo esté bien de nuevo ―insistió, inclinándose un poco para apoyar darle un pequeño beso en los labios y luego apoyar su frente contra la de ella.

―Shhh… shhh... ―la siguió abrazando y la dejó acurrucarse contra su pecho, evitando estrujarla demasiado, ya que su bebita había quedado entre ambos y había que darle espacio para que pudiera respirar tranquilamente. Aun así, la mantuvo ahí, acariciando su espalda lentamente de arriba hacia abajo y sintiendo culpa por cada lagrima que derramaba su esposa. Él le había prometido hacerla feliz, cuidarla y protegerla por el resto de su vida… ¿Cuántas veces le había fallado ya? Habían llegado al extremo de dejar sus vidas atrás para comenzar de cero y ni así habían podido encontrar la paz, ni así había podido evitar que Rebekah volviese a llorar―. Seguir adelante, amor. Eso haremos y tendremos de nuevo a Agares con nosotros y cuidaremos de nuestros hijos como siempre lo hemos hecho ―declaró con seguridad en sus palabras, queriendo más que nada convencerse a sí mismo que a ella.

Volvió al pasado, cuando lo único que le preocupaba a Rebekah era que descubrieran su relación con Richard. Habían estado en aquella misma posición años tras. Las cosas no habían cambiado en lo absoluto, seguían juntos, casados, enamorados. Solo recordó que estaba en el presente cuando Megara se removió entre sus brazos, entreabrió los ojos, bostezó y se acurrucó en sus brazos volviendo a quedarse dormida.  Los latidos del corazón de Richard le relajaban mucho, por eso normalmente ella dormía sobre su pecho, cuando las pesadillas venían, ella solo tenía que concentrarse en el sonido y todo estaba bien.

—No te disculpes, por favor. Tú no has hecho nada malo—le pidió porque no quería que él se sintiera mal también. Miró a su pequeña hija, de todas, ella era la viva imagen de Richard, dijera lo que dijera él. —Solo un poco también. En realidad se parece más a ti—le contradijo. En realidad todos sus hijos se parecían a él. Agares por ejemplo iba por el mismo camino que su padre. Agares, su pobre hijo. Otra vez le entraron las ganas de llorar pero se aguantó. —Lo soy, siempre he sido una egoísta contigo, ¡Y tú lo sabes!—alzó un poco la voz pero recordó a Megara en sus brazos. —Amor, yo sé que no estás bien, por favor, no me ocultes las cosas—le pidió con un sollozo, a punto de derrumbarse.

Asintió, creyendo en sus palabras de que todo sería como antes, necesitaba aferrarse a la idea y aquel beso cerró el trato.  Permanecieron abrazados, contemplando a la pequeña en su regazo, era tan dulce. Las caricias en su espalda eran reconfortantes, calmaban un poco su ser. Le miró a los ojos y volvió a asentir—Eso haremos, buscaremos a Agares, ¿verdad? Lo traeremos de vuelta a casa con nosotros y vamos a cuidarlos más a todos—dijo más para sí que para él. Le dio otro beso, esta vez más largo. Sus labios eran dulces y ella se perdió en ellos un momento. Cuando se separaron por falta de aire, Bex le indico que volvieran a la cama porque comenzaba a sentir frio y se llevó a Megara con ellos. Pese a que su hija tenía tres años, para Bex y Rich seguía siendo su bebé y seguía durmiendo con ellos por su delicada salud. Se acostó en la cama, acurrucándose contra Richard para darle calor a los tres. —Te amo, gracias por estar conmigo—y dicho aquello, apoyó la cabeza en su pecho.

Le pedía que no se disculpara, pero le era difícil sentir culpa por la situación. Estaba demasiado acostumbrado a tener control sobre las cosas que ocurrían a su alrededor. Había internalizado demasiado internalizado su papel como hombre de familia. Tenía demasiado sentido de la responsabilidad y, por ende, tenía demasiada culpa. Richard siempre se había distinguido por esa palabra: “demasiado.” Muy lejos del dicho popular, él era todo en exceso y nada con medida. Un buen ejemplo de ello era el desbordado amor que sentía por Rebekah y que nunca le había detenido el hecho de que fuera su prima.

Esbozó media sonrisa ante la insistencia de ella de que Megara se parecía a él. Para fines prácticos, tanto él como Rebekah compartían varias características y rasgos, pues al fin y al cabo eran familia. No obstante, a ella le gustaba decir que todos sus hijos se parecían a él y a él le gustaba darle gusto. —Bueno, sí se parece a mí, pero admite que tiene tu naricita —insistió con un tono de voz suave y dándole tal cual un beso en la punta de la nariz, para luego negar con la cabeza.

Un largo suspiro se le escapó de los labios, pero volvió a curvarlos hacia arriba, en un vano intento por transmitir calma y seguridad. A veces, solo a veces, no era del todo sano insistir en que las cosas estaban o estarían bien. —Yo sé muchas cosas —contestó con calma— y por ello insisto en que tú siempre has sido mi alegría, Bex —reiteró, estrujándola entre sus brazos con un poco de fuerza, sin olvidar que Megara seguía en medio de ellos. Aunque la misma bebita protestó sentirse tan aprisionada entre sus padre, pues estiró sus manitas y bostezó, buscando una mejor posición para seguir durmiendo.

—Sí, amor, eso haremos —corroboró con seriedad y seguridad. Después se dedicó a besarla, esperando poder transmitir más con el contacto de sus labios que con sus palabras—. Todo estará bien. Te lo prometo —volvió a repetir cuando terminó el beso, al mismo tiempo que acariciaba de arriba abajo su espalda. Estuvo así unos segundos, hasta que ella pidió volver a la cama. Megara les acompaño y él no se opuso. Por el contrario, Richard era muy sobreprotector con su hija menor, debido a la delicada salud que tenía la pequeña. No había hora en la que la dejara sola o desatendida, temeroso de que la más minúscula partícula de polvo le causara un ataque respiratorio.

Se recostó en la cama, permitiendo que ellas se acomodaran junto a él, a su gusto y mayor comodidad, para luego abrazarlas y brindarles de su calor y protección. —Siempre estaremos juntos, mi amor —respondió en un susurro, cerrando los ojos y hundiéndose entre las suaves almohadas. Aún tenía esa incomodidad en el estómago, pero al menos algo en su pecho se sentía cálido y tranquilo. No dejaba de preocuparse por Agares, mas no por ello podía descuidar al resto de su familia—. Duerme. Mañana será un mejor día, mi amor —dijo con voz tranquila.

En brazos de Richard, las cosas siempre cambiaban. Se sentía más protegida y más tranquila. Escuchar el latido del corazón de su esposo, le resultaba una melodía llena de esperanza, incluso cuando eran niños. Ella se recostó en su pecho, sin soltar a su pequeña hija que parecía un tanto incomoda por el poco espacio. Rebekah la apartó con suavidad para que pudiera respirar con normalidad. Su pequeña era tan frágil y débil que si algo le pasaba a ella o a cualquiera de sus otras hijas, se iba a morir. De por si la “perdida” de Agares ya era un dolor insoportable.

Miró a Megara ante el comentario de Richard y sonrió. —Quizás un poquito—comentó ella, besando la misma. La niña en sus brazos era tan hermosa que Rebekah no quería soltarla por nada del mundo. Por eso se la llevó a la cama con ellos. No quería que le fuera a pasar algo malo. Debía admitir que eran muy sobreprotectores con ella, más Richard. Su delicada salud los obligaban ambos a enfocarse en su bienestar y sentía culpa por que pensaba que descuidaba a sus otros hijos. ¡No lo hacía! Y quizás por eso también sentía culpa por la desaparición de Agares.

—Richard… todos estos años. Nunca te he dicho lo importante que eres para mí. Al menos no con palabras…—comenzó ella nuevamente. Pero una vez más, las palabras se quedaron cortas. Le dio un tierno beso en los labios. Ella, que tantos años lo había rechazado y aun así Richard decía que era su mayor alegría. Richard siempre había sido el hombre correcto por lo que sonrió con ganas después de mucho tiempo. Megy se removió en los brazos de Rebekah, así que la acomodó entre los dos para verla mejor.

El calor de los brazos de él la invadió y la hizo sentirse más segura. Que todo estaría bien. Apoyó su cabeza contra su pecho, dejando que la niña durmiera entre los dos sin ser aplastada y con el espacio necesario para moverse. —Estaremos bien. Cuando Agares vuelva, no volveremos a perder de vista nuestros hijos. Los vamos a cuidar muy bien—corroboró ella mientras lanzaba un bostezo. Tenía bastante sueño ahora que se sentía mejor. —Buena noches, amor mío. También descansa tú—le pidió. Depositó un beso en su cuello y se acomodó en sus brazos para dormir.